Karen recuerda ese momento con lágrimas en los ojos. “Saber que Paul y Maddy iban a entrar juntos al quirófano fue uno de los momentos más difíciles de mi vida”, confesó en una entrevista. “Tenía miedo de perderlos a los dos, pero al mismo tiempo sabía que era nuestra única esperanza.”
El día de la cirugía fue una mezcla de ansiedad y esperanza. Paul fue intervenido primero para extraerle un riñón, y poco después los cirujanos lo trasplantaron a su hija. La operación fue larga y delicada, pero finalmente, tras varias horas de tensión, los médicos salieron con una sonrisa: la cirugía había sido un éxito.
Cuando Maddy despertó, su cuerpo comenzó a reaccionar favorablemente. Los signos vitales mejoraron y, poco a poco, la inflamación desapareció. “El riñón de papá ha salvado a nuestra pequeña”, dijo Karen emocionada. “Ahora tiene una energía desbordante. Su enorme barriguita se ve más redondeada, y es una niña de dos años feliz y sana.”
Paul, por su parte, habló con humildad sobre su gesto heroico. “He hecho lo que cualquier padre haría”, declaró. “Ser padre significa hacer todo lo posible por proteger a tus hijos, incluso si eso implica dar una parte de ti para salvarlos.”
Desde entonces, la vida de la familia Rodas-Rybkin cambió por completo. Las visitas constantes al hospital se convirtieron en controles rutinarios, y Maddy pudo disfrutar, por primera vez, de una infancia normal. En 2019, su madre compartió un emotivo mensaje en redes sociales acompañado de una foto:
“¡Miren quién se graduó del preescolar hoy! Es difícil creer que nuestra pequeña esté a punto de empezar el kínder…”
Las palabras reflejaban no solo orgullo, sino también gratitud por los años de vida que el trasplante le había regalado a su hija.
A pesar de su recuperación, los médicos advirtieron que Maddy necesitará un nuevo trasplante de riñón en unos 25 años, ya que el órgano donado eventualmente perderá funcionalidad. Pero para sus padres, esa cifra parece una eternidad comparada con los días oscuros en que temían perderla.
