Hace décadas, en las bulliciosas calles de Tianjin, China, era frecuente ver a un anciano pedaleando lentamente su rickshaw por la ciudad. Su nombre era Bai Fangli , y para muchos transeúntes, podría haber parecido un simple trabajador. Pero tras sus manos curtidas y su silenciosa determinación se escondía una de las historias más extraordinarias de amor y sacrificio: un hombre que dedicó el último capítulo de su vida a brindarles a los niños la oportunidad de recibir una educación que él nunca tuvo.
Un segundo comienzo inesperado
Bai Fangli había llevado una vida sencilla y humilde. Nacido en 1913, pasó la mayor parte de su vida trabajando conduciendo un bicitaxi para mantener a su familia. Para cuando tenía setenta y tantos, se jubiló, con la esperanza de pasar sus últimos años en paz. Pero un día, mientras visitaba una escuela cerca de su pueblo, Bai vio que un grupo de niños salía temprano. Curioso, preguntó por qué. La respuesta lo impactó profundamente: abandonaban la escuela porque sus familias ya no podían pagar la matrícula.
Para Bai, quien había vivido en la pobreza y nunca tuvo el privilegio de una educación completa, esto fue desgarrador. Ese día, tomó una decisión silenciosa pero que le cambió la vida: volvería a trabajar y usaría sus ganancias para ayudar a los niños a seguir estudiando.
